Neurociencias: la esperanza funciona como un fármaco (y a veces potencia su efecto)

Neurocientíficos han estudiado los mecanismos de este “sentimiento” descubriendo que es capaz de alcanzar dianas químicas, del mismo modo en el cual actúan los medicamentos.

En el mito griego del vaso de Pandora, la Esperanza, ultima diosa, restituye a los seres humanos un mundo vivible.

Hoy en día la esperanza, en el mundo de las neurociencias, se estudia por sus efectos terapéuticos capaces de mejorar notablemente la vida de las personas enfermas.

La investigación

En Italia, uno de los grupos de investigación más avanzados está guiado por el profesor Fabrizio Benedetti, neurocientífico de la Universidad de Turín, entre los máximos expertos del placebo (Sustancia que carece de acción curativa, pero produce un efecto terapéutico si el enfermo la toma convencido de que es un medicamento realmente eficaz) y de su aplicación en la práctica clínica. Benedetti describe los mecanismos por los cuales la esperanza actúa por medio de relatos de algunos pacientes en el libro “La Speranza é un farmaco” (de momento disponible solo en italiano). “La esperanza es una característica de la especia humana, seguro una de las más complejas que aparecieron durante la evolución – dice Benedetti —. Nuestro cerebro está dotado de dianas químicas, fruto de esta evolución, que pueden ser atacadas eficazmente sea por palabras y la interacción social, sea por moléculas y fármacos. La esperanza, la confianza y las expectativas del paciente, mueven una miríada de moléculas en el cerebro y, a la luz de los descubrimientos más recientes, tal componente psicológica usa los mismos mecanismos de las medicinas”.

El rol de las “expectativas”

Entonces, cuando se habla de una inyección de confianza, no estamos tan lejos de la realidad.

¿Pero como pueden esperanza y confianza actuar en el cerebro de una persona enferma? “Actualmente se conocen por lo menos dos mecanismos — explica el neurocientífico – el primero: la expectativa y la anticipación de la reducción de un síntoma inducen a una real disminución del síntoma mismo por medio de mecanismos cognitivos en los cuales los lóbulos frontales del cerebro juegan un rol protagónico. Por ejemplo, esperar un beneficio terapéutico y entonces un mejoramiento clínico, reduce la ansiedad, que está estrechamente conectada a síntomas como el dolor: mayor es la ansiedad, mayor es el dolor. Un sujeto menos ansioso percibe el dolor con menor intensidad. La expectativa de un evento positivo, es decir el beneficio terapéutico, desencadena también los mecanismos cerebrales de una “recompensa”, es decir aquellos que nos permiten de adelantar un evento placentero, como una recompensa en dinero o en comida. En este caso el evento placentero está representado por la desaparición del síntoma”.

El mecanismo de aprendizaje

“El segundo es un mecanismo de aprendizaje, que puede ser importante en muchas situaciones – añade Benedetti -. La repetida asociación entre el contexto alrededor del paciente (por ejemplo, una inyección o el personal médico) y el principio farmacológicamente activo (el fármaco contenido en la jeringa) induce una respuesta condicionada, por lo tanto, después de muchas y repetidas asociaciones, la simple vista de la inyección o del medico será suficiente para inducir la reducción del síntoma. Es el mismo mecanismo del condicionamiento descrito por Iván Pávlov (un fisiólogo ruso de inicio del ‘900), por el cual la asociación repetida entre el sonido de una campana y la presentación de comida, inducía en un perro la salivación tan solo por escuchar el sonido de la campana.

Estos dos mecanismos, la expectativa por un lado y el aprendizaje por el otro, no se excluyen mutuamente porqué pueden entrar en juego en diferentes situaciones. De hecho, se ha demostrado que la expectativa juego un rol importante en los procesos conscientes (dolor y rendimiento motriz), mientras que el aprendizaje está implicado en los procesos no conscientes (secreción de hormonas y respuestas inmunitarias).

Cualquiera mecanismo que entre en juego en la rutina clínica, se obtiene la modulación de las mismas vías bioquímicas influenciadas por los fármacos”.

Producción de (símil) opioides y cannabinoides

El efecto se puede medir desde el punto de vista neurocientífico por medio de técnicas sofisticadas, como la resonancia magnética funcional, que permiten de ver lo que pasa en el cerebro del paciente durante determinadas condiciones. “En el circuito neuronal de la esperanza – comenta el experto – se enciende las áreas más anteriores en el cerebro (áreas prefrontales) y las más profundas (sistema límbico y tronco encefálico). Cuando se activan, estas áreas producen sustancias parecidas al opio y a la morfina (opioides) y al cannabis (cannabinoides) que producen alivio. Todo esto sucede entonces en el cerebro humano, donde un conjunto de moléculas constituye una verdadera farmacia interna activada por la relación entre individuos. Si tengo confianza en mí y espero de estar mejor, mi cerebro empieza a producir analgésicos naturales y el dolor disminuye.”

La importancia de la relaciones

Como escribe el oncólogo Alberto Scanni en sus publicaciones: “Si quien sufre ve en quien lo asiste un amigo, encuentra la paz interior, la inquietud de sus preguntas y la angustia delante de los acontecimientos se mitiga y vuelve a tener esperanza”. Las “pruebas científicas” de los efectos de la esperanza abren por lo tanto a nuevos horizontes también en la relación entre médicos, enfermeros y personas enfermas. “Las palabras, los comportamientos, las actitudes de quienes trabajan en el campo de la salud activan los mismos mecanismos de los fármacos. Las neurociencias muestran como cualquier palabra y actitud tienen un poderoso impacto sobre los circuitos nerviosos del paciente. Creo que esto pueda estimular aún más el comportamiento empático y compasivo de todo el personal sanitario”, concluye Benedetti.

También las palabras negativas son dañinas: aquí la razón

También las palabras negativas pronunciadas por una persona pueden inducir algo de desagradable en otra. ¿Porqué? La respuesta está en el análisis anticipatoria. “Cuando pronunciamos palabras negativas, en general, inducimos unas expectativas negativas por las cuales el individuo espera de un momento al otro que algo de desagradable pase. No es sorprendente. Si yo comunico a una persona que está por pasar algo desagradable, la pongo en un estado de ansiedad anticipatoria, que sirve para prepararse a enfrentar la situación. El estado de ansiedad anticipatoria en el cual nos encontramos en una situación de este tipo está debido a la activación de los lóbulos prefrontales, es decir, la parte más adelante del cerebro, que activan una molécula, la colecistoquinina, que amplifica el dolor. Aquí está la razón por la cual el simple ruido del taladro del dentista nos hace sentir dolor”, explica Fabrizio Benedetti.

(Traducido del articulo original en italiano disponible aquí)