Amarse y estar juntos toda la vida

Zygmunt Bauman: Las emociones pasan; hay que cultivar los sentimientos 

Ya no conocemos la alegría de las cosas duraderas, fruto del trabajo

Entrevista a Zygmunt Bauman por Raffaella De Santis

publicado en: Repubblica el 20/12/2012

(enlace al articulo original aquí)

Amarse y estar juntos toda la vida. Antes, hace algunas generaciones, no sólo era posible, sino que era la norma. Hoy, en cambio, se ha convertido en una rareza, una opción envidiable o loca, según el punto de vista.

Zygmunt Bauman ha tratado varias veces este tema (lo hace también en su último libro «Cosas que tenemos en común», publicado por Laterza). Sus trabajos están llenos de consideraciones sobre la manera de vivir las relaciones: hoy estamos expuestos a muchas tentaciones y permanecer fieles ya no es algo que pueda darse por descontado, pero al menos es una forma de preservar los sentimientos de la rápida disipación del consumo.

El punto de partida de “Amor líquido”, publicado en 2003, era precisamente este: nuestra laceración entre el deseo de experimentar nuevas emociones y la necesidad de un amor auténtico.

¿Qué nos impulsa a buscar constantemente nuevas historias?

«La necesidad de amar y de ser amados, en una continua búsqueda de realización, sin estar nunca seguros de recibir la suficiente satisfacción. El amor líquido es precisamente eso: un amor dividido entre el deseo de emociones y el miedo a las ataduras».

Entonces estamos condenados a vivir relaciones breves o a la infidelidad…

«Nadie está “condenado”. Podemos elegir entre distintas posibilidades. Algunas opciones son más fáciles y otras más arriesgadas. Las que aparentemente implican menos compromiso son más simples que las que exigen esfuerzo y sacrificio».

Sin embargo, usted ha vivido un amor duradero con su esposa Janina, desaparecida hace dos años.

«El amor no es un objeto empaquetado, listo para usar. Depende de nuestros cuidados, exige un esfuerzo constante, necesita ser re-generado, re-creado y resucitado cada día. Pero créame: el amor recompensa esta atención maravillosamente. Por lo que a mí respecta (y espero que para Janina haya sido lo mismo), puedo decirle que, al igual que el vino, el sabor de nuestro amor ha ido mejorando con los años».

Hoy vivimos varias relaciones a lo largo de la vida. ¿Somos más libres o simplemente más miedosos?

«La libertad y la seguridad son dos valores necesarios, pero se encuentran en conflicto entre sí. El precio que hay que pagar por una mayor seguridad es una menor libertad y el precio de una mayor libertad es una menor seguridad. La mayor parte de las personas trata de encontrar un equilibrio, casi siempre en vano».

Pero usted ha envejecido al lado de su mujer: ¿Cómo han afrontado el aburrimiento de la vida diaria? ¿Envejecer juntos ya no está de moda?

«Lo que ya no está de moda es la perspectiva de envejecer, que se identifica con una disminución de las posibilidades de elegir y con la falta de “novedad”. En esta sociedad de consumidores, esa “novedad” ha sido elevada al grado más alto de la jerarquía de valores, considerándola como la llave de la felicidad. Tendemos a no tolerar la rutina porque desde la infancia nos hemos acostumbrado a perseguir objetos “de usar y tirar”, que se pueden reemplazar rápidamente. Ya no conocemos la alegría de las cosas duraderas, fruto del esfuerzo y de un trabajo escrupuloso».

Hemos acabado por transformar los sentimientos en mercancías. ¿Cómo podemos reconocer la unicidad del otro?

«El mercado ha olfateado en nuestra desesperada necesidad de amor la oportunidad de obtener enormes beneficios. Y nos seduce con la promesa de poder tenerlo todo sin esfuerzo: satisfacción sin trabajo, ganancias sin sacrificio, resultados sin cansancio, conocimientos sin un proceso de aprendizaje. El amor necesita tiempo y energía. Pero hoy escuchar a los que amamos, dedicar tiempo a ayudar a otros en momentos difíciles, salir al encuentro de sus necesidades y deseos antes que a los nuestros, se ha convertido en algo superfluo. Comprar regalos en una tienda es más que suficiente para recompensar nuestra falta de compasión, amistad y atención. Pero podemos comprar todo menos el amor. El amor no lo encontraremos en ninguna tienda. El amor es una fábrica que trabaja sin descanso, veinticuatro horas al día, siete días a la semana».

Tal vez acumulamos relaciones para evitar los peligros del amor, como si la “cantidad” nos hiciera inmunes a la dolorosa exclusividad de las relaciones.

«Así es. Cuando lo que nos rodea se hace incierto, la ilusión de tener muchas “segundas oportunidades” que nos recompensen el sufrimiento de la precariedad, es atractiva. Mudarse de un lugar a otro (más prometedor en cuanto aún no experimentado) parece más fácil y fascinante que comprometerse en un largo esfuerzo de reparación de las imperfecciones de la morada actual, para transformarla en una verdadera casa y no sólo en un lugar donde vivir. “El amor exclusivo” casi nunca está exento de dolores y problemas, pero la alegría está en el esfuerzo común por superarlos».

¿Podemos resistir en un mundo lleno de tentaciones? ¿Y por qué?

«Se necesita mucha fuerza de voluntad para resistir. Emmanuel Lévinas hablaba de la” tentación de la tentación”. Lo que en realidad deseamos es el estado de “ser tentados” y no el objeto que la tentación promete entregarnos. Deseamos ese estado porque es una abertura en la rutina. En el momento en que somos tentados nos parece que somos libres: ya estamos viendo más allá de la rutina, pero todavía no hemos cedido a la tentación, todavía no hemos alcanzado el punto de no retorno. Un instante más tarde, si cedemos, la libertad se esfuma y una nueva rutina la sustituye. La tentación es una emboscada en la que tendemos a caer gozosa y voluntariamente».

Pero usted escribe: «Nadie puede experimentar dos veces el mismo amor y la misma muerte». ¿Sólo nos enamoramos una vez en la vida?

«No hay reglas. El punto está en que cada amor, como cada muerte, es único. Por este motivo, nadie puede “aprender a amar”, como nadie puede “aprender a morir”. Aunque muchos de nosotros sueñen con hacerlo y no falten incluso quienes intentan enseñarlo previo pago».

En el 68 se decía: «Lo queremos todo y lo queremos ahora». ¿Este deseo de satisfacción inmediata es también hijo de aquella época?

«1968 puede ser un punto de partida, pero nuestro afecto por la gratificación instantánea y sin ataduras es un producto del mercado, que ha sabido capitalizar nuestra actitud de vivir el presente».

¿Los “lazos humanos”, en un mundo que todo lo consume, son un obstáculo?

«Han sido sustituidos por “conexiones”. Mientras que los lazos exigen compromiso, “conectar” y “desconectar” es un juego de niños. En Facebook se pueden tener cientos de amigos moviendo un solo dedo. Hacer amigos offline es más complicado. Lo que se gana en cantidad se pierde en calidad. Lo que se gana en facilidad (cambiada por libertad) se pierde en seguridad».

¿Usted y Janina nunca han tenido crisis?

«¿Cómo no? Pero desde el principio decidimos que estar juntos, aunque fuera difícil, era incomparablemente mejor que su alternativa. Una vez tomada esta decisión, incluso la más terrible crisis conyugal se ve como un reto que hay que afrontar. Es el término opuesto a otra declaración menos arriesgada: “Vivamos juntos y veamos cómo nos va…”. En este caso, incluso una incomprensión adquiere proporciones de catástrofe y va seguida por la tentación de poner fin a la historia, abandonar el objeto defectuoso y buscar satisfacción en otra parte».

¿El amor entre ustedes fue un flechazo?

«Sí, le propuse matrimonio y nueve días después de nuestro primer encuentro ella aceptó. Pero hizo falta mucho más para que nuestro amor durara y creciera durante 62 años».