Siddharta y Kamala (de Hermann Hesse)
S: “Dime, pues, querida Kamala: ¿Dónde debo ir para encontrar rápidamente esas cosas?”
K: “Amigo, eso es lo que muchos quisieran saber. Debes hacer lo que has aprendido, y exigir por elIo dinero, vestidos y zapatos. De otra forma, un pobre no logra tener dinero. ¿Qué sabes hacer?”
S: “Sé pensar. Esperar. Ayunar.”
K: “¿Nada más?”
S: “Nada más …Pues sí, también sé hacer poesías. ¿Quieres darme un beso por una poesía?”
K: “Si me gusta la poesía, sí. ¿Cómo se llama?”
Siddharta, después de pensar un instante, empezó a recitar estos versos:
“En un umbrío parque entró la bella Kamala, a la entrada de la fronda hallábase el moreno samana. Al ver la flor de loto se inclinó profundamente, y, sonriendo, se lo agradeció Kamala. A ella prefiero, en vez de sacrificar ante los dioses, pensó el joven. Sí, prefiero ofrecer los sacrificios a la bella Kamala.”
Kamala aplaudió tan fuerte que sus pulseras de oro resonaron argentinas.
K: “Me gustan tus versos, moreno samana. Y, en verdad, no pierdo nada, si te doy un beso.”
Con los ojos le atrajo; Siddharta inclinó el rostro sobre el de Kamala y depositó su boca sobre la del higo recién abierto. El beso de Kamala fue largo; con profundo asombro, Siddharta se dio cuenta de que le enseñaba, pues era sabia; le dominaba, le rechazaba, le atraía, y tras el primer beso le esperaba una larga sucesión de besos bien ordenados, bien probados, cada uno distinto del siguiente. Respiró profundamente y en ese momento sintióse sorprendido como un niño, ante la abundancia de cosas nuevas y dignas de aprender que se descubrían ante sus ojos.
“Tus versos son muy bellos” -exclamó Kamala-; “si yo fuera rica te los pagaría a precio de oro. Pero te será difícil ganar con versos tanto dinero como el que tú necesitas. Pues necesitarás mucho, si quieres ser amigo de Kamala”.
“¡Cómo sabes besar, Kamala!” -balbució Siddharta.
K: “Sí, eso lo sé hacer; por ello tampoco no me faltan vestidos, ni zapatos ni pulseras, ni otras cosas bonitas. ¿Pero qué será de ti? ¿No sabes otra cosa que pensar, ayunar y hacer poesías?”
“También sé las canciones de los sacrificios” -comentó Siddharta- “pero ya no las quiero cantar. También conozco las fórmulas mágicas, pero ya no las quiero pronunciar. He leído las escrituras…”
“¡Alto!” -le interrumpió Kamala-. “¿Sabes leer? ¿Sabes escribir?”
S: “Sí, naturalmente. Hay muchos que saben.”
K: “La mayoría no. Tampoco yo lo sé. Es muy interesante que sepas leer y escribir, muy interesante. También te servirán las fórmulas mágicas.”
En ese instante entró corriendo una sirvienta y dijo unas palabras al oído de su ama.
“Tengo visita” -exclamó Kamala-. “¡Date prisa! ¡Vete, Siddharta, nadie debe encontrarte por aquí, no lo olvides! Mañana te veré de nuevo”.
Y ordenó a la sierva que entregara al devoto brahmán una túnica blanca.
Sin saber lo que ocurría, Siddharta se vio conducido por la criada a otro pabellón, a través de un camino desconocido; luego fue obsequiado con una túnica, y ya en la espesura, le dijeron que se alejara del parque tan pronto como pudiera, y sin ser visto.
Contento hizo lo que se le había mandado. Acostumbrado al bosque, salió del parque por encima del seto, sin hacer ruido. Alegre regresó a la ciudad, con la túnica bajo el brazo. En un albergue frecuentado por viajeros, se colocó a un lado de la puerta y pidió comida con un gesto; recibió un trozo de pastel de arroz.
Quizá mañana ya no tenga que pedir más comida, se dijo.
De repente, se le encendió el orgullo. Ya no era un samana, ya no debía pedir limosnas. Arrojó el pastel de arroz a un perro y se quedó sin comer.
“La vida que se vive en este mundo es simple” -reflexionó Siddharta-. “Cuando todavía era un samana, todo era difícil, y al final desesperado. Ahora todo es fácil, tan sencillo como las enseñanzas en el arte de besar, que me ofrece Kamala. Necesito vestidos y dinero, nada más; son dos metas pequeñas y cercanas, que no quitan el sueño.”
Hace tiempo que se había enterado del lugar en que estaba la casa de Kamala, en la ciudad, y allí se presentó al día siguiente.
“Todo va bien” -le dijo Kamala-. “Te espera Kamaswami, el más rico comerciante de la ciudad. Si le gustas, te empleará. Sé inteligente, moreno samana. He hecho que otros le hablaran de ti. Sé amable con él, es muy influyente. ¡Pero no seas demasiado modesto! No quiero que te conviertas en su criado; has de ser su igual, si no, no estaré contenta de ti. Kamaswami empieza a envejecer y a volverse comodón. Si le gustas, te confiará muchos asuntos.”
Siddharta le dio las gracias y sonrió. Cuando Kamala se enteró que en dos días no había comido, mandó traer pan y fruta y se las ofreció.
“Has tenido suerte” -comentó Kamala, al despedirse-; “se te abre una puerta tras otra. ¿Por qué será? ¿Eres un mago?”
Siddharta replicó:
“Ayer te conté que sé pensar, esperar y ayunar, y tú encontraste que todo ello no servía para nada. Sin embargo, sirve para mucho. Te darás cuenta de que los ignorantes samanas aprenden en el bosque y saben muchas cosas hermosas, que vosotros no sabéis. Anteayer todavía era un mendigo sucio; ayer besé a Kamala; y pronto seré un comerciante y tendré dinero y todas las cosas que a ti te gusten.”
“Eso es cierto” -reconoció Kamala-. “Pero, ¿qué sería de ti, si no fuera por Kamala? ¿Qué serías tú sin mi ayuda?”
“Querida Kamala” -manifestó Siddharta, al tiempo que se incorporaba-, “cuando entré en tu parque, di el primer paso. Me había propuesto aprender el amor de la más bella de las mujeres. Y desde el momento en que me lo propuse, también sabía que lo lograría. Sabía que tú me ibas a ayudar; lo supe desde tu primera mirada, a la entrada del bosque.”
K: “¿Y si yo no hubiese querido?”
S: “Pero has querido. Mira, Kamala: si echas una piedra al agua, ésta se precipita hasta el fondo por el camino más rápido. Lo mismo ocurre cuando Siddharta tiene un fin, cuando se propone algo. Siddharta no hace nada, sólo espera, piensa, ayuna, sin hacer nada, sin moverse: se deja llevar, se deja caer. Su meta le atrae, pues él no permite que entre en su alma nada que pueda contrariar su objetivo. Eso es lo que Siddharta ha aprendido de los samanas. Es lo que los necios llaman magia y creen que es obra de demonios. Nada es obra de los malos espíritus, éstos no existen. Cualquiera puede ejercer la magia si sabe pensar, esperar, ayunar.”
(Enlace al libro completo aquí)